, más que ninguna jamás. Sus ojos claros, entre azules y violeta, no cambian nunca. ¡ Qué seguridad! Como la que a ti te dan mis brazos. ¡ Qué amparo! Ojos que al principio no te impresionan, pero siguen mirando y te van calando, calando; te lo sacan todo. Hablas, confiesas, te rindes. ¿Y a quién mejor? Esa de las mujeres es otra guerra, niño mío, pero una guerra al revés: