sucesivo abrir de cerrojos. Instantes después me llevé una gratísima sorpresa: tenía ante mí al profesor Haeckel. El profesor, hombre menudo, movedizo, de cabeza grande para el cuerpo, afablemente me pidió que entrara y, en cuanto obedecí, cerró la puerta con varios cerrojos, «para que no entrara también el frío». Me encontré en un espacioso hall, sin muebles, que a pesar de que yo venía de afuera me pareció destemplado. Una escalera, de