una reverencia, más alegre que burlesca. En los días que siguieron volví, con diversos pretextos, a ese tramo de la calle Montevideo. Por último, la encontré. Se llamaba Johanna Glück, era descendiente del músico, había nacido en Austria, se había educado en Buenos Aires, mejor dicho en Belgrano, estaba casada con un viejo señor muy serio, un juez en lo penal, el doctor Ricaldoni. Esa noche, la segunda de la serie, en un