Hasta en la mar se metía de noche; no le daba miedo el agua tan negra. Cuando entraba en la bañera antes yo me hartaba de esperarla y me plantaba desnudo en aquel cuarto lleno de espejos. Le gritaba: «¡Sal de ahí, mira cómo estoy! » Ella me miraba, me veía a punto y empezaba a reír, señalando con el dedo. ¡ Cómo reía, cuánta vida, cuánta!... Era..., no sé, ¡