las gafas negras. El viejo se clavó en el suelo. Bien plantado, ligeramente separadas las piernas, dispuestos los brazos. --¿Todavía puedes hablar, Domenico? --respondió con firme voz--. Mucho tiempo ya que ni rechistabas. --Ya ves. Los que tenemos vida tenemos palabras. --Pues entonces estabas muerto cuando le corté el rabo a tu perro Nostero, ¡ porque no graznaste! --Ya hablé por delante al matarte a tu Rusca. ¡