el aprieto de hacerlo, sin que a los pocos minutos la vista se le nuble, la cabeza le dé vueltas, su boca se transforme en sima cavernosa y un súbito e invencible cansancio abrume sus sufridas espaldas. Tras haber contemplado a aturdidos grupos políglotas perdidos en sus salas sin saber, a ciencia incierta, si el cicerone iba a recitarles la lista de los reyes godos o proponerles un paseo en góndola y docenas de japoneses examinar a la Gioconda con gafas