sese El corazón le dio un vuelco: su propia mujer figuraba entre ellas. Quería saludarla, preguntarle qué hacía allí, pero su voz era débil y ella no podía escucharla a causa del casco. Ahora mismo vuelvo, gritó; y subió la suntuosa escalera helicoide que conducía a un interior alfombrado. Un largo corredor con luces de neón, camillas y enfermeras. Preguntó la dirección a una mujer gruesa que empujaba un carrito con frascos y medicinas. Pasó