lo cuenta que el delicado filamento luminoso magnificaba su esplendor cuando se reflejaba antes en Genoveva. Brillaba el oro de sus cadenas, tendidas sobre el suave marfil del traje de seda. Resplandecían los diamantes hundidos en el lóbulo de las orejas. Refulgía en su mano el solitario al menor movimiento. «Sólo la piel y la mirada están gastadas, opacas», pensó Julián.