a diario con cara de mujer y no sólo dos veces a la semana, como en Roccasera. Barba bien de hombre; como sus manos, que sólo en sus ensoñaciones de aquel día le parecieron femeninas, piensa: aunque se apure mucho, azulea. En fin, gracias a ese cuidado ya no retira Brunettino su mejilla, esa suavidad de seda y jazmín. Le coge y le achucha cuando no le ven. A Andrea no le gusta; ayer se quejaba con