selas. Se resiste inicialmente a la novedad y, una vez en sus piececitos, restriega uno contra otro para quitárselas, llora y patalea, primero sentado, luego de pie. Pero entonces comienza a sentir su pisada más segura y se contempla los pies con asombro. Mira luego a los mayores, da unos pasitos vacilantes y una sonrisilla asoma entre las lágrimas. Se lanza al fin a atravesar el cuarto, abrazandose a la pierna del viejo cuando ya