le acuna en sus brazos y una inefable suavidad le inunda el pecho cuando la cabecita se reclina en su hombro. El ángel va cerrando los ojitos a medida que el viejo, primero de pie, sentado después en su cama, cavila para su dulce carga. «Es verdad, compañero, me has cogido en el sueño. Pero no creas, no descuidé la guardia... Es que, ¿ sabes ?, el enemigo se retira. Vamos ganando la guerra, ¡