Sentada enfrente, la mujer le contempla, sus manos sobre la falda. La cabeza ligeramente ladeada y, en los ojos, hondísima ternura derramandose hacia ese hombre. En el corazón, melancolía indecible; en los labios, un asomo de serena sonrisa. El viejo, dormido, no puede ver ni esa mirada ni la sonrisa. Pero cuando, una hora más tarde, retorna hacia el viale Piave bajo unas nubes desvaneciéndose poco a poco en el azul grisáceo,