En cada país los fieles, reunidos en partidos que son iglesias militantes, practican la misma política. Las naciones democráticas profesan una veneración supersticiosa al cambio, que para ellas es sinónimo de progreso. Así, cada nuevo gobierno se propone llevar a cabo una política internacional distinta a la de su antecesor inmediato. A esta periódica inestabilidad debe añadirse la recurrente aparición de una quimera: llegar a un entendimiento definitivo con la Unión Soviética.