se, como corresponde a quien bebe a diario un litro de agua mineral; con todo, él sigue aferrado a su detestable costumbre, acá y en todas partes: reserva el asiento a las obras mayores y experimenta una viciosa satisfacción en aliviar la vejiga sobre el cuenco esmaltado, coqueto e íntimo como una venera, de los hoteles de cinco estrellas. Después, omite a menudo, contra toda norma de higiene y buen gusto, lavarse las manos; se las frota