En cambio ahora, al abrirles Hortensia, el niño pierde su audacia y adosa su espalda contra las piernas del hombre. Pero el recelo dura poco. Antes de que Hortensia le tienda los brazos -alegrando así al viejo al mostrarle la góndola de plata prendida en ese pecho- el chiquillo mira atrás, hacia el oscuro descansillo, compara con la claridad en el ángulo del pasillo interior y extiende un imperativo índice hacia la luz. Los mayores ríen y Hortensia eleva