, se suelta de los barrotes, se vuelve hacia el abuelo sentado... ¡y da tres pasitos tambaleantes, él solo, hasta llegar a los viejos brazos conmovidos! Brazos que le acogen, le estrechan, le apretujan, se reblandecen en torno a ese prodigio tibio, le mojan las mejillas con unas gotas saladas rodando sobre viejos labios temblorosos... -¡Tus primeros pasitos! ¡Para mí! ¡Ya puedo...! La felicidad, tan inmensa que le duele,