ella acudiendo a tiempo de verle doblarse sin sentido desde el retrete al suelo, el agua de la taza enrojecida, las fláccidas carnes al aire, ella con angustia en el alma y doméstica serenidad en las manos piadosas, lavandole, volviendo a cubrirle y alzando el flaco cuerpo para llevarle a la cama. Entró en la alcoba y la luna del armario le presentó su propia imagen: en sus brazos el viejo, el hombre, el niño;