la estación de metro más cercana a ver si encuentro un banco libre y puedo descabezar un sueñecito. Me preguntó si no tenía otro lugar adonde ir y le confesé que tal era, en puridad, mi situación, a lo que replicó ella que en su casa había un sofá de regulares dimensiones y que me lo ofrecía de mil amores. Acepté el ofrecimiento, como cabía esperar, con tanta prontitud como reconocimiento y sin más trámite satisficimos la cuenta, fuimos a buscar el