los abuelos. Y la vendió. Julián se tranquilizó. Se trataba una vez más de prolongar la noche. De nuevo el retroceso al poderoso pasado, a la posesión segura de las cosas. También el mar de la infancia le pertenecía, y Genoveva lo contaba serena, fríamente, insistiendo en la pulcra exposición de los hechos. Ni una nube de melancolía, ni un temblor en el recuerdo... Una brisa ligera y fría entró por la ventana y Genoveva se estremeció.