independientemente del vacío anterior que hubiera entre ellos, David y Genoveva, de la rutina instalada en sus vidas, del intercambio diario de frases apagadas: «Qué tal», «Y tú, y los chicos», «Quería consultarte de los chicos», «A propósito, se me estaba ocurriendo que este verano», o bien: «Hay que arreglar el seto de la entrada.» Palabras protectoras, escudos esgrimidos para defenderse de las verdades nunca
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