vigilandote. ¡Qué serenidad emanaba tu rostro! No podía apartar mi mirada de él, ni mi pensamiento de la más negra sospecha. ¡Había tanta quietud en tu cuerpo...! Parecías una figura de piedra. De pronto advertí que en el interior de la torre sólo se escuchaba mi respiración. Supe entonces que mi corazón era el único que latía en aquel lugar. Al rozar apenas tus manos, sentí un frío mortal. Tú ya te habías ido. Habías