a horcajadas en el murete de separación y exploré el terreno con la vista y el oído: nada turbaba la legendaria paz de las azoteas, salvo la brisa que silbaba entre las antenas y los borbotones que en los depósitos de agua producía el continuo tirar de la cadena que suele preceder al recogimiento familiar. A lo lejos parpadeaban seductoras las luces anaranjadas de la ciudad, por cuyas arterias discurría, manso y quedo en la distancia, el flujo incesante de los vehículos a motor