le los tribunales y deseando gozar por fin de una libertad a la que me consideraba merecedor, no podía evitar que en ciertas ocasiones me traicionase la impaciencia y la emprendiese a palos con algún enfermero, destruyese artículos que no me pertenecían y tratase de violentar a las enfermeras o a las visitantes de otros internos que, quizá sin mala intención, no ocultaban como habría sido aconsejable su condición femenina. Lo cual, sumado a un exceso de celo por parte de