los enfadoso. Cansados de corretear y de zurrarnos nos acostamos en la tierra, que estaba blanda, como es lógico. Sin saber por qué nos cogimos de la mano. El viento arremolinó las faldas de mi prima. Por un instante dudé entre chafarle la nariz con un pedrusco, que era la forma en que en aquella época los niños tratábamos a las niñas que nos gustaban, o dejarme arrastrar por otros impulsos, oscuros en su origen, aunque inequívocos