caldera o turbina para que nos calcináramos entre horrorosas convulsiones si en aquel preciso instante no hubiera surgido del prolongado sepulcro la comunidad religiosa en pleno con el padre prior a la cabeza, el cual, viendonos objeto de agresión, no dudando de qué lado estaba la virtud y de qué lado el vicio y poseído de la temeridad que la inocencia confiere a quien la practica con ganas, se abalanzó sobre nuestros perseguidores, quienes, paralizados por la perplejidad que lógicamente les producía aquella