zumbando mientras los matones tironeaban del maletín y trataban de arrearme un cate. Con una habilidad adquirida en mi más tierna infancia, perfeccionada en mi vida civil y refrescada ocasionalmente en el manicomio, donde la convivencia, ya se sabe, ocasiona roces y malentendidos, acerté a propinarle a un matón un puntapié en muy crítico vértice, de cuyo nombre, por deferencia, hago gracia al lector. --¡Guay de mis cojones! --exclamó, menos recatado, el