sin recibirlos. Ni soy remiso ni me hago cruces: así es la vida. Pero confieso que en esta ocasión se me vinieron las lágrimas a los ojos. Don Plutarquete era un coñazo, pero no había hecho nada para merecer semejante suerte. Yo, por el contrario, le había metido en el fregado y a la hora de la verdad lo había dejado solo. Me senté en el suelo y me dejé llevar por la aflicción y los remordimientos. No sé