permitía esparcimientos, por lo que acabé de pasar las láminas mecánicamente, y había cerrado ya las tapas y dicho adiós a aquel estimulante vergel, cuando esa vocecilla interior que a veces nos advierte y el resto del tiempo nos increpa, zahiere y maldice, me hizo reconsiderar mis actos, abrir de nuevo el álbum y retrotraerme a una de las últimas páginas, en la que una manceba sonreía desde un pajar a quien probablemente acababa de robarle las bragas. Pese al