sus aposentos como una odalisca otomana sin que en ningún momento se le haya visto el pelo a lo largo de sus prolijas aventuras y extravagantes andanzas. El lector no sabe siquiera si es rubia o morena, gruesa o delgada, si viste con descuido o, al contrario, rebuscada elegancia: carece simplemente de cuerpo y el odioso personaje con quien comparte de algún modo la vida y con el que comunica mediante notas breves y apresuradas, no se ha tomado tan sólo la molestia