hacia atrás y no te vi. Sólo al final, cuando ya nos disponíamos a salir, te descubrí detrás, en el último banco, alejado de todos. Estabas de pie con aire de cansancio, mirabas hacia el suelo y vestías de cualquier manera. No te habías preparado como para una fiesta. Pero a mí eso no me importó, pues, viendote en aquella penumbra que te envolvía, me pareció que soportabas una especie de maldición. Por primera vez temí