la lámpara y establecía capas de penumbra más tupidas cuanto más se acercaban a la acera; así, las lámparas semejaban balizas cinéreas sucediendose en perspectiva, de modo que la ciudad, sus calles, estaban tintadas de un azul que variaba de grisáceo arriba a marino abajo y que se adivinaba negro e imponente por encima de las farolas, una presencia ciega pero inescrutable, poderosa pero ajena. El suyo era un paseo fantasmal por una ciudad delicuescente a la madrugada, la cual