se le podían consumir los mejores años de su juventud. Para entretener la espera de lo definitivo (la aparición de aquel hombre interesante de las novelas), se entregaba a diversiones ocasionales con algún acompañante simpático y trivial, a quien utilizaba como puente de acceso a las regiones soñadas. Así satirizaba esta situación el semanario La Codorniz: La vida está llena de muchachos que bailan bien, que saben cuentos estupendos, que conocen el último chisme de moda, pero que tan sólo