levantarían y se unirían a ellos. Más realista y cínico, Stalin impuso por la fuerza un régimen comunista a un pueblo que no era ni es comunista. Fue un acto de fuerza pero también de astucia: la diplomacia soviética supo utilizar el egoísmo o la ceguera de las potencias de Occidente. Todo lo que ha ocurrido después ha sido consecuencia de este hecho primordial, básico: no fue una revolución popular sino una imposición militar extranjera la que estableció el comunismo en Polonia.