se más temprano a casa. Cenaba con nosotros. A mí me parecía un invitado; incluso la mesa se adornaba de una manera festiva. A veces lucían sobre el mantel unas margaritas blancas, otras aparecía una vajilla nueva que nunca se usaba o una delicada jarra de cristal esmerilado. Naturalmente todos veíamos en aquellos detalles la mano y el atrevimiento de Bene. Ella revoloteaba a nuestro alrededor poniendo y retirando platos y fuentes y sonriendo de vez en cuando con sus labios pintados de