selo con la dolorosa galopada de su corazón. Sólo puede mirar ferozmente a la mujer, que se ha vuelto con el niño en brazos al escuchar los pasos. Ella le adivina: -No se lo voy a robar, señor -tranquiliza con una sonrisa--. Le oí llorar, le vi solo y me acerqué. El niño ya no llora. La mujer le limpia la mejilla con un pañolito blanquísimo. El viejo sigue recobrandose y aunque hostil todavía a