humareda azulada. Me quité la gabardina y la arrojé sobre los cables. Conjurado el peligro, me dirigí al telescopio y pegué el ojo a la lente para cerciorarme de lo que pasaba por arriba. Siendo niño, una vecina que trabajaba en el Gran Teatro del Liceo, no como cantante, como ella a veces dejaba entender para darse ínfulas, sino recogiendo después de cada representación los residuos corporales que algunos melómanos, en su embebecimiento, olvidaban retener, encontró en