mañana, a media corrida, Pancho sentía un lacerante, un infinito afán de posesión. El era quien provocaba ese quejido en la mujer, y encima de ella, abrazado a su vientre, esperaba el momento en que comenzaría a producirse, así como acechaba el instante en que la Prieta empezaba a pespuntear las llanuras con el traqueteo de sus ruedas sobre las junturas de los rieles. Entonces cuando corría suavecito, en medio del silencio, sentía el mismo deseo que montado