mis habitaciones a recoger algo con que cubrirme, nada, en el fondo la atención verdadera no existía ya en el castillo; ¿habría existido alguna vez o eran sólo las formas, el frágil envoltorio de las buenas maneras? Preferí no pensar, atribuirlo todo a la indiferencia del neurótico que nada puede ver fuera de su enfermedad. Emprendimos el viaje por corredores larguísimos recubiertos de espejos que los duplicaban, triplicaban, quintuplicaban hasta que empecé a flotar; los espejos se