selose al pie de un roble y comer los sándwiches, escuchando la radio de bolsillo o agregando una jornada más a su diario de viaje interrumpido muchas veces por inicios de poemas y pensamientos no siempre felices que el lápiz escribía y después tachaba con pudor, con trabajo. No era fácil verlo desde la senda. Sin saberlo había dormido a veinte metros de un hangar abandonado, y ahora le pareció estúpido haber dormido sobre el suelo húmedo cuando detrás de las