la ausencia física, aquella aceptación de la carencia definitiva, iba a conducirle cada noche a un terrible descubrimiento: la consciencia de que esa soledad era el anuncio de su propio y último destino. Y eso, pensaba Julián, sucedería, independientemente del vacío anterior que hubiera entre ellos, David y Genoveva, de la rutina instalada en sus vidas, del intercambio diario de frases apagadas: «Qué tal», «Y tú, y los chicos», «Quería