una cabeza ajustada en uno de los triángulos de la balaustrada. ¿Y si no es Juana?, pensé. Recuerdo que temblaba de pies a cabeza y que me detuve sin poder dar un solo paso. No sé qué habría sucedido en aquellos momentos si la cabeza no se hubiera asomado por encima de la tapia y yo no hubiera reconocido en ella a mi amiga. Nos cogimos de la mano y corrimos a buscar un buen escondite. La luna, casi llena,