había dirigido la palabra, siquiera para cubrirme de improperios, lo que me hacía suponer que estaba de veras enfadado conmigo. Una vez en su despacho, dio orden de que le subieran un carajillo de ron blanco, y al señalarle el policía de turno que los bares estaban cerrados, golpeó la mesa con el puño y dijo que de qué servía llegar a comisario o incluso a Sumo Pontífice si no podía tomarse uno un carajillo cuando le salía de los huevos
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