Pero era evidente que aquellas certezas mías no llegaban a la muchacha. Más tarde, al terminar las clases, salí al jardín. Sabía que Juana solía pasar a esas horas por allí camino de la ciudad. Esperaba que ella pudiera aclararme algo sobre su hermana. La aguardaba con mi cabeza encajada entre dos barrotes de la cancela, mirando cautelosamente a mi alrededor por si hubiera quedado alguna huella de la visita nocturna que yo había descubierto. Pero, naturalmente, no había