niño asintió en silencio y, mientras ella exprimía las naranjas, observó sus piernas. Carmina lo advirtió y, sonriendo brevemente, movió la cabeza a ambos lados. --Eres igual que tu abuelo, igualito. Ahora, toma. Bebete el zumo y a la cama --ordenó con dulzura. Una noche le despertaron los alaridos del abuelo, que gritaba con fiereza: