melo casi felices, si no fuera por las protestas que después escuchaba a mamá en sus confidencias con Josefa. Se quejaba de tu silencio; era lo único que parecía quedarle de los buenos ratos que pasábais juntos. Su amiga no dudaba en darle la razón. Yo la aborrecía y ella, desde que se hizo responsable de mi preparación espiritual, me juzgaba con una dureza implacable. Yo le respondía gritandole irritada aquellas palabras que me parecieran más escandalosas para