manifestació psíquica más acabada y expresiva de esta patria de alcoba fue la que Napoleón, en su lecho de muerte, dejó escapar de sus labios con el último aliento de la vida: "¡Francia, Francia, cuánto te he amado!". Nada, absolutamente nada, tiene ya que ver este fetiche informe, este fantasma individualmente invocable, con la pública, grande, fuerte y maternal señora de la Acrópolis, Palas Atenea, en todo el esplendor de su criselefantina