las pena a turbar a sus deudos con su soplo o su lamento. La ciudad exterior queda así inmunizada contra todo espíritu. Cuanto más, allí dentro, se prestigia su inutilidad, cuanto más se honra su desinterés, cuanto más se afirma y se encarece su nonegociabilidad, tanto más desaforadamente se desatan afuera el interés y las utilidades del especulado tanto más despiadada e impunemente se desencadena la absoluta negociabilidad de todo lo demás: espantosos sanblases y alcorcones con casas utilitarias hasta el insulto