me de sola, fané y descangayada. No sé por qué cuento ahora todo esto, salvo que lo haga para marcar el contraste entre esta vieja memoria de un desencanto y lo que por el telescopio de la estación espacial me fue dado contemplar, esto es, una esfera dorada de la que salían dos o tres antenas que la velocidad o un ventarrón de proa proyectaban hacia atrás, tan brillante y majestuosa que no me habría extrañado si por un ángulo del campo visual hubieran