da. No tiene por qué darmelo. Es lo mío de siempre. MAFFEI.- Luego, según tú, las cosas que son de uno, las que le rodean, las que se tienen a diario, no merecen respeto. MONTESECCO.- No sé... No sé... Pero aquella noche estábamos solos ella y yo. Mis hombres habían bebido, cantaban. Me dejaron allí sólo con ella, cerca de la cueva. Ella se resistió, llegó a