tía Elisa. Doña Rosaura, casi vieja, tan mayor como mi tía, no solía interesarse por los chismes que corrían por la ciudad, entonces sólo un pueblo grande. Era una mujer serena y bondadosa. Jamás mostró malevolencia alguna hacia los otros. Quizás por esomeimpresionarontantolaspalabrasquepudeescuchar de aquella conversación que ellas mantenían creyendose a solas: --No puedo creer en semejantes supersticiones --decía tía Elisa irritada. --Pues yo sí --